Fuad Gonzalo Chacón fuad.chacon@hotmail.com @FuadChacon
Mientras usted lee estas palabras, en el municipio de Floridablanca, Santander, se lleva a cabo una sigilosa operación de altísima ingeniería a contrarreloj. Varios vehículos transportan una preciosa carga de dimensiones colosales que se mueve a velocidades mínimas como parte del delicado procedimiento, los motores con su rugido de bravíos caballos de fuerza irrumpen en el panorama pacífico y rural de la vereda Helechales. Todo forma parte del tinglado estructurado para construir el Ecoparque Cerro del Santísimo, cuya principal fuente de selfies será una estatua gigantesca de Cristo de 35 metros de altura. Una proeza artística que dejará con la boca abierta a Colombia y nos hará preguntar “¿Esto para qué?”.
El proyecto que ya entra en sus fases finales, pues su terminación está prevista para diciembre, requirió la insignificante inversión de $45.000 millones de pesos que la Gobernación debitó directamente de las regalías del departamento. Una suma que para los defensores del turismo a ultranza es mínima comparada con los beneficios que producirá la visita de sendos foráneos que hipotéticamente acudirán a ver “nuestro Corcovado”, como si esto fuera una carrera entre ciudades por ver quién le gana el pulso a la otra en exageración.
La situación se vuelve más surreal aun cuando en estas semanas cualquiera puede encontrar dos Santanderes distintos en los periódicos nacionales, uno que infla el pecho de orgullo por una megaogra descomunal y otro que por culpa del fenómeno de El Niño se seca gota a gota con cada segundo que pasa. Una realidad que se compagina con el pésimo estado de sus carreteras y la amenaza latente de que un derrumbe le deje incomunicado de la capital, la costa y la frontera por igual.
Entonces la lógica vuelve a hacer clic y comienza a ser difícil entender cómo aquel Santísimo derroche engalana las colinas del departamento mientras otros municipios, menos comerciales, agonizan lentamente de sed. Los Santos tiene sus represas deshidratadas y su suelo agrietado propenso a la aridez; en Barrancabermeja, Puerto Parra y Cimitarra el ganado está muriendo en cifras aún incalculables, y Bucaramanga ya siente pasos de animal grande por un inminente desabastecimiento alimenticio en su central de abastos.
Pero el caso de Santander es la radiografía de Colombia. Una cultura política que nos incita a erigir colosales monumentos al ego antes que atender las realidades de una nación que se seca a cuentagotas en materias mucho más importantes. Educación, infraestructura, medio ambiente, salud y otras cuantas cuentas pendientes por pagar que no tienen la misma capacidad mediática de atraer turistas, pero que por antonomasia son las vértebras que sostienen a nuestro país.
Hasta los más remotos rincones de nuestra geografía han sufrido el atraso venidero que genera el no priorizar los recursos existentes en las necesidades de su población. Santander no se pudo escapar y hoy por hoy tendrá que rezarle a su Santísimo porque el invierno no colapse de nuevo sus carreteras de papel maché y que los europeos que lo visiten traigan agua consigo para compartir porque la van a necesitar.