Pacheco con José Sabah en una de sus visitas a San Andrés.
Antonio Colmenares Martínez
Generalmente en las tardes, después del almuerzo Fernando González Pacheco, acostumbraba a reunirse con varios de sus amigos, entre ellos Humberto Arango, Alberto Piedrahita Pacheco, Juan Harvey Caicedo y el infaltable Gabriel Ortiz, entre otros para echar a rodar los cinco dados de seis caras que se utilizan para el juego de ‘La Generala’.
Juego que además se ‘mojaba’ con algo de licor y se acompañaba con jamón serrano y el ‘sahumerio’ constante de los cigarrillos que consumían los contertulios. La mayor parte del tiempo había risas y bromas y esas consuetudinarias anécdotas de lo que les ocurría durante las grabaciones. Todo se iba dando mientras el reloj de cobre, viejo, serio e inexorable marcaba el paso del tiempo que se fue acabando para varios de esos amigos de ‘las tardes con Pacheco’ en la ‘Barra de la 22’, un restaurante bar que funcionó durante muchos años en la calle 22 un poco abajo de la avenida Décima, en el centro de Bogotá.
El martes 11 de febrero le tocó a él. Al gran Pacheco, uno de los hombres que debían ser eternos para gusto de sus amigos y de los admiradores de sus programas. El martes 11 de febrero de 2014 los dados de la vida de Pacheco alcanzaron la puntuación mayor, la máxima para vencer a su adversaria la muerte y se despidió triunfante de este juego, justo en el tercer lance de la décimo tercera ronda, como debe ser. Descansó tranquilo, feliz de haberse encumbrado en lo más alto de la aceptación popular, a través de la calidez de su estilo a la hora de presentar programas de televisión, o de radio o haciendo entrevistas que se convertían en deliciosas charlas, en las que el entrevistado se olvidaba del oficio de Pacheco y se sumergía en una tertulia en la que desnudaba el alma.
Pacho, como le decían ‘de afán’ los amigos y los compañeros de set, se transformó en paz. Como pasó en Paz muchas tardes, frente al reloj serio e inexorable de la ‘Barra de la 22’, testigo de tantos eternos minutos en los que disfrutó del cariño doméstico, íntimo de sus mejores amigos, los que realmente lo conocían en toda su extensión, fuera del mundanal ruido. Este rincón era uno de sus preferidos porque le permitía ser él mismo, sin dobleces y en esa tranquilidad logró juegos con muchos tríos, póker, full, escaleras largas y cortas, libres y desde luego ‘La Generala’ que fue la que logró el martes 11 de febrero, cuando los cinco dados de la vida tuvieron el mismo valor y marcaron los perseguidos cincuenta puntos. Final, final, no hay más apuestas, Pacheco no va más en este mundo porque ahora es eterno.