¿Y AHORA QUÉ?
Por RAMI CHARBEL FARAH RODRIGUEZ
El reto para escribir esta columna de opinión no es plasmar en el documento mis ideas, sino más bien hacerlo de forma en la que se exprese una posición de incomodidad que no solamente es mía, sino que representa el pensar de muchos; y la intención de que mejoremos como comunidad con respecto a cómo procesamos y nos comportamos en este momento frente a la “apertura” de la actividad que nos da de comer. Y sí, nuevamente me refiero al turismo.
Desde mi llegada a la isla no he tenido más que sorpresas y no precisamente de las que uno quisiera escuchar. Si bien es cierto que pese a la incertidumbre vivida hemos tenido una tendencia al alza frente a los casos de nuestro nuevo compañero de vida, el Covid, las medidas empleadas para contrarrestar la situación no son más que irrisorias y reafirman algo que ya todos tenemos presente y que poco a poco se ha transmitido al imaginario de nuestros visitantes: la administración pública de la isla se quedó pequeña ante la emergencia, se visualiza como minúscula e insignificante, y las decisiones que ha tomado han sido risibles y rayan en lo ridículo.
La idea no es ofender, es sostener que como pueblo nuestra función de veeduría se ve nublada cuando recibimos la dádiva del pago del recibo de la energía, ocasionando que en isla de ciegos (todos y cada uno de nosotros) elegimos al tuerto como rey (administración). No es oportuno un cierre, ni un toque de queda; es momento de dar apertura generalizada y de hacer lo contrario a lo que hacen nuestros líderes, en pocas palabras, no sentirnos disminuidos y minúsculos frente a la situación, sino dar la cara y sobrevivir siempre desde el marco de la responsabilidad personal frente al cuidado de la vida.
¿Qué sería de nosotros en caso de no abrir? Los invito a pensar a futuro y no a ser inmediatistas para no caer en el error actual “abrimos, pero no”. Qué sería de usted apreciado lector si se mantiene la situación por los siguientes cuatro meses, suponiendo que ha estado cómodo con sus ingresos y su situación laboral ¿podría seguir sosteniendo la rutina indefinidamente? y en caso de que no fuera así ¿de qué reniega?, anímese a trabajar, a prestar no un buen, sino un excelente servicio y a hacerlo por el bien de todos los tripulantes de este barco.
No sé si usted como yo siente pena cuando ve que la idea es encerrar a los residentes los fines de semana cuando se ha abierto la isla a turistas, los cuales lamentablemente se quedan hasta sin con quién interactuar. ¿Qué se pretende? ¿Notaron, por ejemplo, que el primer fin de semana de septiembre pocos turistas no tenían si quiera dónde comprar unos huevos, pan o leche?
¿Cierto que no era posible? ¿Y saben por qué? Improvisación en la gestión, ausencia de sentido de pertenencia, desconocimiento y divulgación inoportuna / tardía de la información.
Pero lo peor no es esto, lo peor es que mientras escribo esta columna y usted tele-trabaja y espera a que se acabe este toque de queda, esos turistas (que tuvieron fe en el destino, se hicieron la prueba de Covid, pagaron tiquete, alojamiento y tarjeta de turismo) están teniendo seguramente una mala experiencia que será replicada voz a voz y en el peor de los casos por los medios de comunicación masiva haciendo que ni Dios, ni gloria se animen a venir, dejándonos a futuro en una peor situación que la actual.
El virus es nuestro nuevo compañero de vida, en el corto plazo no desaparecerá y aún no tenemos con qué combatirlo efectivamente (además de autocuidado), sin embargo, lo que nos aqueja en estos momentos es el hambre y pese a la ausencia de recursos, es posible contrarrestarla con trabajo, con esfuerzo y con servicio.
Con lo anterior, no pretendo desestimar los esfuerzos de contadas personas quienes a leguas reflejan su intención de mejora, de avanzar, de ser diferentes. La idea es ser autocríticos y dejar de excusarnos en la clásica disculpa de que “es que el turco no aporta, el isleño no quiere trabajar, el costeño es perezoso”.
Excusas se generan por cientos, porque sí, porque no y porque también; la idea entonces es mirar al interior y aprender sobre nuestra nueva realidad, enmarcada en un contexto donde es necesario un cambio de hábitos y mentalidad para poder avanzar y no depender exclusivamente de “lo que el gobierno y sus subsidios pueden hacer por nosotros”.
Ahora bien, retomo mi crítica intensa pero constructiva hacia la administración y planteo ¿estamos listos para recibir al turismo? ¿antes lo estábamos? Y en caso de que ambas respuestas pretendiesen ser afirmativas me tomo la libertad de preguntar ¿Y cómo?
Los residentes viven la realidad del hambre, y no una hecha por huelgas o por intención propia, más bien se han visto coaccionados a vivirla y a sentirla por la ineficacia y la falta oportunismo de las mal nombradas “estrategias” del gobierno insular (con esto me refiero exclusivamente a San Andrés) para afrontar la situación.
Si usted cree que debemos mantener la isla cerrada, entonces le recomiendo funde una ONG y con sus recursos se enfoque en atender el hambre que se vive aquí; y si es que el gobierno nacional lo apoya (sustancialmente cuestionable, porque somos tierra olvidada) entonces seré yo quien se retracte de lo aquí dicho y lo felicite.
Llegado a este punto, supongo querrá escuchar porqué soy tan duro, pero previo a hablar del momento actual, pregunto: ¿es posible que no haya pronunciamiento alguno por parte de nuestros dirigentes? ¿somos conscientes que sin turistas no hay ingresos (ni siquiera para los entes administrativos), no hay empleo, no hay comida, no hay vida? Si bien es cierto que no deberíamos depender exclusivamente de la actividad, es nuestra realidad y ahora, no somos quienes para negar nuestra condición.
Tal vez si nos adaptamos, nos auto-regulamos y trabajamos duro veremos resultados que no solo benefician al turco con su local, al hotelero con su ocupación; va mucho más allá e implica una cadena de valor donde el empleo en torno al turismo se convierte en el medio con el que todos conseguimos el pan del día.
No hay una sola actividad en esta isla que se encuentre desligada a la actividad turística y entonces pregunto ¿somos nosotros los que estamos bien y los turistas los que están mal por venir? ¿no creen que es de agradecer la osadía de estas personas por atreverse a venir cuando a diestra y siniestra se ha pasado de reconocer a la isla por sus hermosas playas a asociarla con inseguridad, drogas, olvido y servicio inexistente? Creo que es momento de que reflexionemos y nos proyectemos porque nunca mejor dicho: somos un barco y si se hunde nos hundimos todos.