(Foto tomada de El Colombiano)
Parece imposible que con tantas facultades de periodismo y fundaciones ofreciendo capacitación, existan periodistas que olviden el ‘kínder’ de este oficio consistente en confrontar fuentes. Y es mucho más grave que ocurra esto cuando se trata de ‘profesionales’ al servicio de las grandes cadenas de radio, como ocurrió con colegas de Caracol que participan en la Luciérnaga, programa que hasta hace algún tiempo fue muy exitoso.
La salida en falso le acarreó a la Primera Cadena Radial Colombiana pasar por la vergüenza de tener que rectificar una información que afectó el buen nombre y la honra de los colegas de Ediciones El Rayo, de San Andrés, a quienes se les dio tratamiento indigno, todo porque alguien llamó a Caracol a contar una falsa historia. Un hombre y una mujer, que no se sabe cómo han pasado el filtro de calidad que exige la Cadena Radial, para engrosar su nómina, haciendo caso a un chisme, lo reprodujeron nacionalmente, sin permitirles a los colegas lesionados en su credibilidad y honra, que expresaran su punto de vista frente al tema, como mandan las normas elementales de esta profesión.
Pero no solo perdió Caracol sino también la fuente que desde la isla suministró la información amañada y que para la empresa radial fue suficiente para enlodar el buen nombre de personas. Quedó mal y seguramente los medios en Bogotá en adelante se cuidarán de ‘hablar por hablar’, por llenar espacios o hacer favores mostrencos a amigos que les inducen a olvidar los pasos elementales del proceso informativo. Esas fallas son graves porque, quien cae en ellas, ‘en el pecado llevan la penitencia’ porque pierden lo más sagrado que tenemos quienes nos dedicamos a este oficio: La credibilidad.
Es una triste historia la del periodismo de Caracol, que en este episodio en particular olvidó la ética, no se hizo la pequeña investigación consistente en escuchar a la dos fuentes, todo se redujo irresponsablemente a ‘comentarios’, sin la rigurosidad necesaria para tratar de encontrar la verdad. Por eso un juez aceptó la solicitud de amparo que interpuso Ediciones El Rayo y condenó a Caracol a que rectificara la especie con la advertencia de que no puede repetirse lo que se considera violación de derechos y abuso por la posición dominante de tener el micrófono en su poder y no permitir que se manifiesten quienes protagonizan lo que en el proceso se considere que realmente es una noticia.
Es decir, que en la práctica, se trata de una acción delictiva y punible porque se viola el artículo 21 de la Constitución y se convierte en injuria y calumnia delitos contemplados en el Artículo 220 del Código Penal Colombiano, que habla de la injuria: “El que haga a otra persona imputaciones deshonrosas, incurrirá en prisión de dieciséis (16) a cincuenta y cuatro (54) meses y multa de trece punto treinta y tres (13.33) a mil quinientos (1.500) salarios mínimos legales mensuales vigentes”, y el Artículo 221, sobre la calumnia: “El que impute falsamente a otro una conducta típica, incurrirá en prisión de dieciséis (16) a setenta y dos (72) meses y multa de trece punto treinta y tres (13.33) a mil quinientos (1.500) salarios mínimos legales mensuales vigentes”.
Es decir que los señores de la Luciérnaga y sus ‘corresponsales’ en la Islas, la ‘sacaron barata’, porque solo debieron rectificar, pero que, como se ve a la luz de las leyes, había podido ser más grave el castigo, porque no se puede ‘folclóricamente’, jugar con el buen nombre de las personas. Pero en medio de todo queda la enseñanza para todos quienes nos enfrentamos a diario con la búsqueda de la verdad. Ese episodio nos enseña a pensar en el respeto por el ser humano, antes de ‘soltar’, sin confirmar, especies que hagan daño injustamente.
Es justo recordar aquí una de las frases del maestro Tomás Eloy Martínez: “El periodismo no es un circo para exhibirse, ni un tribunal para juzgar, ni una asesoría para gobernantes ineptos o vacilantes, sino un instrumento de información, una herramienta para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”. Por Antonio Colmenares Martínez