Por: Daniel Newball H.
La reciente admisión de Rumania en la Unión Europea generó todo tipo de suspicacias por parte de sus amigos socios regionales quienes califican a los rumanos, en mera relación con sus ancestros romaníes, como personas “perezosas, díscolas, desordenadas y beligerantes”.
En pocas palabras, contratar rumanos en sus empresas es un contrasentido, sobre todo para países con una férrea disciplina laboral como Alemania, Francia y el Reino Unido, ya que para nada resulta rentable tener personas laborando que, supuestamente, pretenden ganarse un sueldo sin que les impartan una orden ni que cumplan con los objetivos laborales de la compañía.
Sin embargo, y pese a los temores infundados, en países como Inglaterra la población de rumanos son calificados como buenos trabajadores y disciplinados, personas que ofrecen una calidad laboral incalculable y una mano de obra apetecida por las potencias del área dejando el país sin talentos para el desarrollo.
La preocupación actual del gobierno rumano es lograr niveles de crecimiento económico para poder ofrecerle a sus talentos la posibilidad de poderse quedar en su país de origen de modo que con el potencial de su gente puedan permanecer y aportar para la dinámica económica y social del recientemente admitido país de la Unión Europea.
Al leer sobre esta información, llegó a mi mente la situación que viene ocurriendo en la isla de San Andrés donde vemos decenas de jóvenes talentos esmerados en lograr un crecimiento personal y profesional al estudiar una carrera que les permita mejorar sus condiciones de vida y la de sus familias. Una dinámica que los obliga, en muchos de los casos, a abandonar a sus esposos e hijos de modo que puedan transferir remesas que, de una u otra forma, aportan para el flujo de capitales y el poder adquisitivo de la población insular.
¿Qué esfuerzo estamos haciendo desde nuestros dirigentes locales para lograr reclutar y crear un espacio favorable de crecimiento personal y laboral para cientos de talentos que laboran en sitios, no precisamente acordes con su preparación intelectual, pero que les concede salarios que permiten el sostenimiento de sus familias?
Muchas son las conferencias sobre emprendimiento y desarrollo empresarial que se imparten, incontables los programas de financiamiento de proyectos empresariales para talentos locales pero, todo parece indicar, que las condiciones para poder participar o las posibilidades de poder responder a las expectativas que exigen los financiadores de estos proyectos son tan ambiciosos de modo que los mismos no colman las aspiraciones llevando a la única opción de aplazarlos o abandonarlos de forma indefinida.
Resulta una experiencia frustrante ver en un profesional local el tener que ceder su lugar a una persona que con “padrinos políticos” puede tener más posibilidades de crecer como individuo y sin necesariamente tener el talento suficiente para cumplir a cabalidad con los indicadores de éxito que exigen las organizaciones. Los profesionales con talento estamos sometidos a una recua de mediocres, los cuales han sido “bendecidos” por la asignación de posiciones de mando y que con un simple informe de gestión pueden estropear la hoja de vida de un “soñador” de alto calibre y talento, obligándolo a que deba irse a otras latitudes, expulsado como un paria de su propia tierra para que, en otro lugar del planeta y con mayores posibilidades de crecimiento, puedan llegar a cumplir los sueños que se habían trazado.
¿Será que San Andrés, una isla de apenas 27 kilómetros cuadrados, sin industrias de producción a gran escala y sometido a la cadena hereditaria de una fauna de sátrapas advenedizos en posiciones de mando socio-económico, pueda ser el sitio ideal para un proyecto de vida de largo plazo para un individuo?
Seguramente, y al ritmo que vamos, que no. Sin embargo, y como he venido insistiendo en columnas anteriores, es importante que hayan visionarios que tengan la capacidad de ver más allá de lo que viene aconteciendo y con la esperanza de que los cambios que vienen para nuestro archipiélago no los dejen rezagados y resentidos por fuera de “la fuente de leche y miel” que ofrece el progreso.
En alguna ocasión, un viejo amigo que se iba de la isla para probar suerte en otras latitudes, me confesaba que “lo más sensato, a la hora de abandonar la tierra, no era sentirse mal sino mirar el futuro con la esperanza de que las cosas que ocurren es para bien.” Hay dos situaciones que deben ser entendidos para evitar traumatismos. Si en la isla existen necesidades identificadas por nuestros profesionales, las probabilidades de éxito son grandes. De lo contrario, optar por salir de la isla para mejorar nuestra calidad de vida no debe ser visto con frustración sino con la esperanza de que el porvenir ofrecerá mejores posibilidades.