Por Enrique Santos Calderón
No me alegró la condena de Álvaro Uribe. Pero tampoco pienso que sea una catástrofe que deba insurreccionar al pueblo contra el fallo de la jueza Sandra Heredia. Kilométrico, ampuloso, adjetivado y excesivamente reiterativo pero “en derecho”, como dicen los abogados. Una determinación legal que debe acatarse, porque por algo vivimos en un Estado de derecho con sistema judicial independiente.
Pero no infalible. El veredicto ya fue apelado y puede ser revocado por instancias superiores que tenemos en este paraíso jurídico. Pero el hecho primario, histórico, es que por primera vez, luego de un eterno proceso de trece años, un expresidente fue sometido a un juicio penal y condenado. Tratándose del líder indiscutible de la oposición el acto tiene obvias repercusiones políticas que ya se hacen sentir.
Basta ver las reacciones. “Han despertado a un león dormido”, advirtió la incisiva senadora Cabal, cuyas críticas al fallo, no propiamente de respetuoso acatamiento, reflejan el sentir de la oposición uribista y, también, de muchos colombianos no alineados que aún no entienden por qué un mandatario que rescató al país de su peor crisis de orden público vaya a terminar detenido por delitos que pueden parecer abstractos, como fraude procesal y soborno en actuación penal.
En el Perú, la ciudadanía tampoco entendió en su momento por qué el presidente Alberto Fujimori, aclamado como el gran salvador que en los noventa derrotó el demencial terrorismo de Sendero Luminoso, que tuvo en jaque a ese país, terminó procesado por unos jueces “apátridas”. Luego se conocieron todos los abusos que cometió en su empeño por seguir en el poder, que incluyeron crímenes de lesa humanidad. Tiempo después, en 2009, fue condenado y pagó varios años de prisión.
Álvaro Uribe no es por supuesto Alberto Fujimori, quien llegó a ser un verdadero autócrata. Murió el año pasado, pero su legado de autoritarismo y mano dura contra el desorden subversivo hizo escuela en un país que tiene problemas de orden público y control territorial parecido a los nuestros. Allá, el fujimorismo sigue siendo algo más que un lejano recuerdo.
Aquí, el juicio contra Uribe está lejos de haber concluido y podemos esperar un proceso que continuará en medio de tensiones y presiones de toda índole. Como las que está aplicando desde Washington el gobierno Trump, que criticó la condena de Uribe como injusta y producto de “jueces radicales”. Y amenaza con sanciones, como las que ya impuso contra el juez que en Brasil procesó a Jair Bolsonaro, un partidario confeso de la dictadura militar, quien supo ganarse el afecto personal del mandatario estadounidense.
Más que irritantes, son intromisiones inaceptables en el sistema judicial de una nación soberana. ¿Como así que un juez colombiano antes de emitir un fallo deba ponderar si le caerá bien o mal al Tío Sam? Sería la abdicación de cualquier pretensión de autonomía o independencia y esto deberían entenderlo hasta los más acérrimos críticos del Gobierno. Aquí también está en juego una cuestión de dignidad nacional.
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Álvaro Uribe ha estado desde un comienzo al frente de su proceso. Asistió a todas las audiencias y fue revelador verlo impávido, hora tras hora, escuchando a la jueza Heredia que lo declaró culpable. Con seguridad no ignora que esto le ha generado simpatía entre quienes lo ven victimizado y que puede favorecerlo si el fallo es desestimado en el Tribunal Superior de Bogotá. Pero no estoy tan seguro de que esta derrota legal pueda ser una victoria política, como sugirió The Economist de Londres. Hay mucha tela por cortar y en medio del fragor de la incipiente campaña electoral habrá mas sobresaltos y sorpresas.
La parábola política de Uribe ha sido una de controversia, carácter y exitoso don de mando. No en vano se convirtió en el más popular mandatario de los últimos tiempos, pero tanta popularidad siembra a veces semillas autodestructivas. Yo apoyé sin vacilar su primer gobierno y también su reelección, pero dije no mas cuando pretendió aferrarse al poder por tercera vez.
Lo clave es mantener la calma, como ha pedido Humberto de La Calle. Estamos en una coyuntura delicada, la comunidad internacional sigue de cerca lo que sucede y hasta ahora Colombia ha dado muestra de admirable madurez democrática y estabilidad institucional, a pesar de la persistente violencia de quienes no aprenden ni olvidan. No es el momento de darle rienda suelta a la agresividad retórica ni al populismo irresponsable para marcar puntos en las encuestas. Los llamados de energúmenos precandidatos de la derecha radical a exterminar y “destripar” la “plaga izquierdista” resultan tan patéticos como irresponsables. Ese lenguaje no puede tener eco en una Colombia ya saturada de demagogia barata.
Terminando esta columna, me entero de la detención inmediata y la sentencia máxima de doce años de prisión domiciliaria que le decretó a Álvaro Uribe la jueza Heredia, lo que, lejos de contribuir a la deseada calma, alebrestrará aún más el ambiente. Una pena excesiva, mayor incluso a la que pedía la Fiscalía, que radicaliza los ánimos y fortalece la figura de Uribe en esta coyuntura. No necesariamente ante la historia, al convertirse en el primer exjefe de Estado condenado en un juicio penal.
Pero el asunto es aquí y ahora y lo cierto es que hechos como este alimentan la polarización política, en detrimento de opciones de centro, serias y progresistas, que son las que el país necesita y en el fondo desea. No es casual que casi todos los precandidatos apunten en esa dirección, aunque algunos no resulten convincentes. A Abelardo el Destripador hay que reconocerle que no incurrió en el cinismo de presentarse como un moderado centrista.
Falta, pues, que los aspirantes a la presidencia midan mejor sus fuerzas y se consoliden los verdaderos liderazgos. Pero lo más apremiante es que se defina el caso de Álvaro Uribe. La prescripción sería un desenlace propio de una democracia ineficaz y leguleya. Pilas, pues, honorables magistrados del Tribunal Superior de Bogotá.
P.S: El deporte sigue sacando la cara por Colombia. El debut de Lucho Díaz en el Bayern y el partidazo de la selección femenina en esa final de infarto contra Brasil no dejan duda al respecto. ¿Quién entiende que a este rubro se le haya dado semejante tijeretazo en el presupuesto nacional?
Tomado de Cambio