Por Eduardo Verano De La Rosa
El papa Francisco ha causado un impacto positivo. Quienes han seguido su carrera no se extrañan porque ha sido coherente: Empezó su camino hacia la silla de San Pedro desde cuando era Cardenal de Buenos Aires. Allí convocó a los obispos suramericanos para redactar un texto que denominó: “Documento de Aparecida”. Se ganó el aprecio de sus colegas quienes después lo apoyaron para llegar al papado. Desde allí marco su estilo.
En su visita a Brasil volvió al Santuario de Aparecida, patrona de Brasil, una virgen pequeña y negra que, según cuenta la leyenda, fue encontrada en el siglo XVIII por unos pescadores. Desde esa época de Cardenal, ya invitaba a la Iglesia Católica a liberarse de las estructuras caducas que no favorecen la “trasmisión de la fé” y animaba a los obispos a ser servidores del pueblo.
La iglesia católica ha tenido una gran revitalización con un papa más joven, libre de escándalos. El gesto de dar un paso al lado del papa Benedicto XVI ha sido valioso y sin antecedentes. Le dio una dinámica diferente que hoy estamos sintiendo. También heredó la encíclica ‘Lumen Fidei’ que significa “No os dejéis robar la esperanza” y el viaje que hizo a Brasil confirmó la atracción total a los jóvenes a quienes convocó por Twiter.
Tan pronto se encontró con los jóvenes los exhortó a que “salieran a la calle a armar líos en las Diócesis” para que la iglesia abandone la comodidad y el clericalismo que la encierra en sí misma.
Después les dijo a los obispos que lo perdonaran por motivarlos a construir una iglesia más rebelde y altiva, en la cual, los jóvenes dejen hablar a los viejos, pero también que los viejos dejen hablar a los jóvenes y que sobre todas las cosas no se apague la esperanza de un mundo mejor.
Su visita a Sao Paulo estuvo llena de símbolos, de espectáculos multicolores y multitudinarios, de cuadras y cuadras en la playa repletas de jóvenes con banderas, fuegos artificiales, globos y música por todos lados. Ese río humano se mantuvo en oración, a pesar de la lluvia que acompañó el fervor latinoamericano.
Su mensaje es contundente, llama a combatir el “pensamiento débil” que impide a la gente pensar, crear, y actuar. Invita a no mirar todo como prohibido y a actuar con riesgos. Hay que aliviar la deuda social de una sociedad que no está al día con los excluidos, ni con los pobres, ni con los menesterosos.
Esa deuda social colectiva es el principal problema moral que afecta la dignidad y la esencia del ser humano. “La justicia social prohíbe que una clase excluya a la otra”. Lidera una gran lucha social, y ambiciona influir el grancambio social del mundo.
También llama la atención su concepto en contra del “endiosamiento del Estado” y el “envilecimiento del Estado”. Ni lo uno ni lo otro: El Estado debe tener un diseño racional y efectivo para que juegue su principal función de construir un entramado social con equidad y solidaridad. Pregona que las dos enfermedades más graves que debilitan el Estado deben ser enfrentadas desde la misma iglesia como son: La evasión de los impuestos y el despilfarro de los dineros del Estado que son sudados por el pueblo. Ambos atentan contra la justa distribución del ingreso.
Definitivamente, toda esta nueva etapa que está viviendo la iglesia es fruto de una estrategia meditada y pensada que empieza con el paso al costado que dio el papa Benedicto XVI. Ojalá que influya positivamente los deseos de renovación de todas las instituciones políticas y religiosas del mundo que deben volverse más agiles y cercanas a la juventud que son el futuro del mundo. Como dicen en Brasil “los jóvenes son a la sociedad lo que la pupila a los ojos”.