Esta semana trascendió a la prensa la fatal noticia de un insólito caso de muerte de un niño de seis años de edad por desnutrición, lo cual se constituye en un aterrador y vergonzoso caso de negligencia social, comenzando por sus progenitores, pero sin ser éstos los únicos responsables.
Este es un caso que debe avergonzarnos como sociedad, porque nos demuestra la indiferencia de familiares, vecinos, allegados y autoridades con la tragedia individual que viven algunos hogares; que habla mal de nuestro espíritu de solidaridad, de nuestro desinterés hacia los problemas que viven dentro de los hogares algunas personas, y donde los más afectados son las poblaciones más vulnerables como niños y niñas.
Cómo es posible que nadie, absolutamente nadie haya hecho sonar las alertas tempranas respecto de un grave caso de desnutrición que se estaba presentando en un hogar isleño y que desafortunadamente terminó en muerte de un inocente niño?. Cómo no hubo un familiar, un vecino que alertó a las autoridades lo que estaba pasando?.
Y donde quedan los planes de prevención de entidades del sector de la salud, del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, para monitorear en la población infantil los indicadores que señalan riesgos o alertas de desnutrición en sectores tan vulnerables.
Las autoridades no pueden quedarse únicamente en el argumento que si los padres reportaron o no a tiempo el caso. Alguna alarma debe llegar de algún lado, de un vecino alertado por el constante llanto de un niño, de un reporte médico cuando un paciente de estos llega a buscar salud de urgencia, o simplemente del monitoreo que les corresponde hacer en labores de campo a quienes tienen la responsabilidad, sus funciones y el presupuesto del Estado para llevar programas sociales, nutricionales, etc a las comunidades vulnerables.
De qué sirven los millones de pesos que anualmente gasta el Estado en programas de alimentos para la niñez a instancias del ICBF, si un niño muere famélico por falta de alimentos?. Es que acaso esa madre no pudo nunca acudir a un hogar de Bienestar Familiar en busca de los alimentos y nutrientes para alimentar su pequeño y evitar que éste muriera.
El episodio más que tratar de buscar culpables en los padres, debe servirnos para reflexionar como sociedad, si estamos cumpliendo con los mínimos presupuestos de solidaridad para quienes padecen tragedias al interior de los hogares, con quienes padecen de extrema pobreza, de hambruna, de graves patologías, si les estamos dando la oportuna asistencia médica y social o si por el contrario seguimos indiferentes en medio de la Ley de la Selva, donde la consigna es sálvese quien pueda. Es que el episodio nos deja casi que de autores o co autores del delito de omisión de socorro a todos los miembros de esta sociedad.
Y si es justo que las entidades de protección se queden convertidos en meros convidados de piedra, burocratizados y corrompidos, que solo reaccionan cuando ya es demasiado tarde, que no previenen las cosas porque están embelezados en la contratitis y en los puestos de corbatas para empleados de oficina que solo les importa ganarse un sueldo y cumplir un estricto horario laboral.
Y por mucho que el Secretario de Salud Miguel Alfredo May ahora se declare escandalizado por que “es preocupante que nadie se haya percatado de esta situación sino hasta que el menor ingreso al Hospital”, en un funcionario del sector de la Salud, no puede ser de buen recibo esta lamentación, porque es que las autoridades aunque no tienen el don de la ubicuidad para estar en todos lados, en cada hogar, están instituidas para prevenir que este tipo de situaciones se presente. Máxime a estas alturas donde por los medios de comunicación modernos, todos saben la vida de todos.
Las causas de desnutrición incluyen unos 16 factores visibles que permiten prender las alarmas, entonces que el próximo caso no lo veamos solamente cuando aparece la más devastadora de todas sus consecuencias; la muerte, porque si que menos habrá justificación para argumentar.