Leyendo el artículo-entrevista ‘¿La seguridad le quedó grande a la policía?’, del columnista Antonio Colmenares en The Archipiélago Press del 5 de agosto de 2014, me animé a compulsar algunos datos en la internet e hice algunos cálculos elementales y deduje varios hechos importantes que deben animarnos, no sólo a reiterar el mismo interrogante (con mayor decibelaje e indignación), sino también a exigirle al señor comandante de la policía local y a los integrantes de los perennes (y hasta ahora inanes) consejos de seguridad, respuestas menos demagógicas y rebuscadas, más lógicas, aferradas a una racionalidad más logística, resultados que se compadezcan más con los elementos humanos y técnicos con los que la autoridad cuenta, y el actuar campante de un grupúsculo de delincuentes que tienen en jaque (y de manera galopante), la tranquilidad y seguridad ciudadana del departamento archipiélago, el más pequeño del país desde el punto de vista territorial, con apenas poco más de 50 km2.
Si este departamento tiene 52,5 kms2, 100 000 habitantes (forzando un poco la cifra) y dispone de 580 policías, ello se traduce en 11.04 policías por hm 2 (y sin tomar en cuenta que la población ocupa apenas un 25 por 100 del territorio), esto quiere decir que hay un policía por cada 172.41 habitantes; mientras que Bogotá, con 1 587 kms2, 7 500 000 y 20 000 policías, tiene entonces 12.60 policías por km2 y un policía por cada 375.00 habitantes; es decir, que el archipiélago tiene más del doble de policías por número de habitantes que Bogotá, capital del país; y New york, la llamada capital del mundo, con 35 000 efectivos, 1 214 km2 y unos 30 000 000 de habitantes entre residentes y flotantes, tiene un policía por cada 857 habitantes (¡casi 5 veces menos que San Andrés!, o lo que es lo mismo: el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina tiene proporcionalmente cinco veces más efectivos policiales por habitante que New York, hecho que debe tener algún significado logístico)
Por supuesto que los índices de criminalidad no pueden medirse a partir de un único indicador. En rigor, habría que considerar variables como la económica, penal, tenencia civil de armas, tráfico de drogas, características sociales y económicas de la población. Pero no hay que hacer mayores esfuerzos de lógica para entender que tales variables tienen mayor carga incidente en Bogotá y New York: San Andrés ha sido y sigue siendo territorio de gente honesta, trabajadora y buena, en su inmensa mayoría, como lo ha reconocido en múltiples ocasiones el señor comandante; ¿entonces cómo se explica que las autoridades no consigan los resultados que se proponen?; ¿cómo se explica que una empresa de apuestas haya venido siendo atracada casi que sistemáticamente cada semana, con pérdidas que ya suman más de 100 000 000 de pesos y no haya ningún detenido?; ¿que todos los comerciantes ya estén empezando a enrejar sus negocios, como en la Comuna 13 de Medellín, o en Ciudad Bolívar, y que estemos esperando saber aterrorizados dónde será el último atraco, dónde caerá el próximo muerto? Cierto que la colaboración ciudadana es importante, pero la falta o poca colaboración ciudadana, que obedece tal vez al bajo grado de confianza de la ciudadanía en sus autoridades, por razones que ya todos conocemos en este país de impunes, no puede servir de excusa para explicar la baja efectividad de las acciones policiales en materia de control de la criminalidad local.
El pueblo pocas veces se equivoca en materias esenciales, y la percepción de la ciudadanía es que la ciudad ha ido perdiendo seguridad de manera alarmante.
Y para eso sirve la estadística, para concluir que está dotada de suficientes uniformados, medios de movilización y tecnología, y ahora hay más atracos, raponazos, asaltos y saqueos a entidades, hasta extorsiones y asesinatos que antes, y que, poco a poco, la isla ha dejado de ser el anhelado paraíso y remanso de paz que publicitariamente se pregona.
Y por supuesto que la culpa no es exclusivamente de la policía, pero sí es esta entidad, de consumo con las diversas autoridades a través de sus iterados consejos de seguridad que se montan cómodamente como respuesta mediática a la queja ciudadana cada que se suma otro cadáver a las estadísticas, la llamada a dar respuestas efectivas (ojalá no verbales), fácticas, con cifras estadísticas, al gravísimo y alarmante problema de seguridad que vive nuestra diminuta isla.
Ya se han hecho suficientes consejos de seguridad y se han surtido muchas explicaciones metafísicas; ya se han repetido hasta la saciedad las mismas frasecitas meramente retóricas que son ya un desgastado lugar común (“lamentamos mucho lo sucedido”, “no vamos a permitir que la delincuencia se apodere de nuestra ciudad”, “necesitamos la ayuda de la comunidad”, “se aplicará todo el peso de la ley”, “garantizaremos la seguridad ciudadana”, “aumentaremos el pie de fuerza”); ya se ha exhortado y regañado suficientemente a la comunidad, a la que al parecer se le quiere endosar la culpa del problema. Ahora esperamos acciones positivas y mensurables: más hechos, que de discursos especiosos ya estamos hasta la coronilla los colombianos! Y una interrogante final: ¿La seguridad en San Andrés y sus anexos, el más pequeño territorio de Colombia y con el mayor número de unidades efectivas por número de habitantes del país (y con cinco veces más policías que New York) se le salió de control a las autoridades locales? Los hechos y las estadísticas parecen confirmarlo.
Hernán Jiménez Madrigal