La vida es algo tan sutil, algo que se puede ir con tal facilidad que ni cuenta nos damos, que será por eso que hay quienes no se detienen a pensar en el milagro que encierra el hecho de estar vivo. Cualquier vida, la de las plantas, la de los animales y desde luego la de la gente, es importante porque es única e irrepetible. Así sea la de un perro, que para muchos es una vida con mínimos perfiles y valores, a pesar de que dicen adorar a sus mascotas.
A los perritos los botan a la calle cuando enferman, los regalan y eso no resulta tan grave, como si lo es matarlos y matarlos a golpes, a trancazos, sin que se le mueva por dentro nada al ejecutante.
Como ocurrió hace algunos días, cuando un funcionario de la empresa de aseo de San Andrés, con crueldad y total sangre fría, acabó con la vida de un can sin percatarse de que ahora con los teléfonos inteligentes puede convertirse uno en ‘protagonista de un novelón’ como este de ser el verdugo de un pobre animal indefenso, que bien había podido ser tratado por un veterinario.
Así este hombre, ante las cámaras de un indiscreto videógrafo, que se encargó después de divulgar el hecho por las redes sociales como escarnio público, que seguramente será el único castigo, fue el comentario central de los ambientalistas y ejemplo de que algunos no saben de qué están hechos y seguramente ni les importa.
Que tristeza, la vida se le extinguió a este animal en medio de dos terribles sonidos de cráneo partido, dejó de moverse, de ladrar, de sentir amor por sus amos y de batir la cola a quien le daba un pan. Terminó lanzado, como un objeto inservible entre una montaña de basura.