Antonio Colmenares Martínez
La pasión del gol con alegrías y tristezas que se vuelve un nudo en cada garganta, en cada músculo de cada ser humano sobre la tierra, porque son pocos los que no sienten esta fiesta del fútbol, hacen olvidar, al menos momentáneamente, los graves problemas sociales insatisfechos que hay en casi toda Latinoamérica.
En San Andrés se olvida el mar con los rapaces nicaragüenses, se olvida la súper población, se olvida el desempleo, los altos costos de la canasta familiar, la falta de vivienda, el caos vehicular, y pues: ‘Amén’, todo el mundo grita ¡Colombia, Colombia! Y en el resto del país, se olvida la falta de líderes presidenciables y se olvida que tocó votar a la brava por cualquiera de dos personajes a quienes se les olvidaron los problemas del Chocó, de la Guajira, de San Andrés y se dedicaron a hablar de cómo iban a tratar a las Farc.
Que feo pero así fue. Gracias a Dios en estas elecciones raras y absurdas Colombia tuvo la ‘anestesia’ del mundial de fútbol con una selección que aún enamora a todo el mundo. Ojalá sea como los buenos matrimonios, para toda la vida, en las buenas y en las malas, como debe ser.
Por su parte el anfitrión Brasil ha tenido muchas dificultades porque hay deuda social que los trabajadores y los afectados por el olvido del estado no han dejado pasar por alto y aprovechan este escenario de la Copa Mundo para pedir lo que se les adeuda y les tocó ‘a las malas’, como a los campesinos en Colombia que si no es con paro no los oyen. Pero el Mundial va, con paro en aeropuertos, cerca de veinte heridos como producto de los enfrentamientos con la Policía el día de la inauguración, problemas en el transporte urbano, pero el mundial va, para bien de los amantes de este deporte que son muchos, casi todo el mundo, porque hay muy pocas excepciones.
Lo que ocurre es que a los reclamantes de reivindicaciones se les presentó la oportunidad de hacerse oír en medio de una fiesta que los países hacen para posar de ‘ricos’ y a quienes han sufrido el olvido del estado les molesta que se derroche dinero en algo que solo contribuye a mostrar poderío y capacidad económica, como aquel que invierte el salario en la fiesta de cumpleaños y no compra el mercado ni paga el arriendo. Tapar la pobreza y las necesidades no es lo mejor que puede hacer un gobierno. Brasil es un gran país, con inmensa riqueza, pero si hay protestas es porque una cosa es la imagen que se le vende al mundo y otra su realidad social.
Y como si le hubieran asignado los contratos para la construcción de los estadios a los Nule o a Carlos Bent en San Andrés, -este último por lo demorado, no por más- las obras no estuvieron a tiempo, a última hora trabajadores ‘correteados’ y les tocó recibir a la visita en escenarios en obra negra.
Pero el mundial avanza y todo el mundo lo goza, todos los países esperan con ansiedad los resultados de los partidos y gozan o sufren mientras el gobierno de Brasil siempre sufre porque, al no dar el ‘brazo a torcer’ a los sindicatos, ha seguido adelante en medio de las manifestaciones de inconformidad, igual a Santos, negociando en medio de la guerra.
Solo siendo campeón Brasil podría lograr equilibrio entre quienes tienen necesidades de reivindicaciones y ese gran espectáculo que es un mundial con sus costos, boato y espectacularidad universal. Porque los triunfos en el fútbol tienen la característica de que son elementos de unión, en el paroxismo del gol ganador, todos se abrazan, existe en cada ser humano la necesidad de estar con los demás y se olvidan las penas, mientras que la derrota es solitaria y despierta lo negativo, con la tristeza de perder afloran también, en lo social, los inconvenientes. De esta manera no le perdonarían a Brasil que no les cumpla a los trabajadores y fuera de eso pierdan el mundial, eso es imperdonable. La tiene dura el gobierno del Brasil.