Por: Daniel Newball H.
Creerán muchos que estoy equivocado, a lo mejor que estoy tratando de realzar lo frívolo y trivial de un grupo de mentes creativas que han logrado seducir con ideas innovadoras a personas que cada día buscan razones de peso para seguir midiendo su capacidad de asombro.
Sin embargo, pese a que para muchos es mas importante encerrarse en los libros, construir edificios, establecer cálculos para poder amedrentar a nuestro complejo, pero a la vez vulnerable, sistema de contratación estatal y disfrutar de los beneficios, para otros es imprescindible participar activamente de la industria de las expresiones culturales.
Es así como estamos viendo como de manera silenciosa, pero efectiva, un grupo de jóvenes radicados en ciudades como Medellín y Bogotá han concentrado sus esfuerzos en lograr que su expresión musical original, como lo es el Mode-Up, logre conquistar mercados y personas que, pese a no manejar el idioma que se expresan en estas canciones, logran contagiarse de las vibraciones positivas que sus canciones transmiten.
Se podría decir que se vive en el continente colombiano un fenómeno parecido al que vivimos en las islas durante la década de los años setenta y ochenta con la aparición de canciones de agrupaciones musicales como Kassav y Coupe Cloue, agrupaciones francoparlantes antillanas que introdujeron sintetizadores y equipos electrónicos a géneros musicales como el dub y el zouk que lograron cautivar a generaciones anteriores con éxito y que sirvieron de inspiración a los músicos locales actuales.
Hoy día, cuando los estudios de grabación abundan y las aplicaciones facilitan la labor de trabajar con calidad en la producción de audio digital de las agrupaciones musicales, ya son muchos los jóvenes que graban y, obedeciendo a las reglas actuales del mercado, ya no lo hacen para vender discos sino para promocionar conciertos los cuales generan mayores dividendos que la venta de sus copias en una discotienda.
De hecho, las discotecas de ciudades del interior del país, donde logran albergar a más de cinco mil personas por noche y donde pueden ganar cifras superiores a los $10 millones de pesos por toque, son atractivos para nuestros artistas que han encontrado en el desarrollo de su arte una oportunidad de hacer dinero y mejorar su calidad de vida al tiempo que la de sus familias.
Razón tenían los creadores del concepto de Industria Cultural, los señores Teodoro Adorno y Max Horkheimer, al manifestar que “el amusement, o entretenimiento, es la prolongación del trabajo bajo el capitalismo tardío. Es buscado por quien quiere sustraerse al proceso del trabajo mecanizado para ponerse de nuevo en condiciones de poder afrontarlo.
“Pero al mismo tiempo la mecanización ha conquistado tanto poder sobre el hombre durante el tiempo libre y sobre su felicidad, determina tan íntegramente la fabricación de los productos para distraerse, que el hombre no tiene acceso más que a las copias y a las reproducciones del proceso de trabajo mismo.
“El supuesto contenido no es más que una pálida fachada; lo que se imprime es la sucesión automática de operaciones reguladas.
“Sólo se puede escapar al proceso de trabajo en la fábrica y en la oficina adecuándose a él en el ocio. De ello sufre incurablemente todo amusement.
“El placer se petrifica en aburrimiento, pues, para que siga siendo placer, no debe costar esfuerzos y debe por lo tanto moverse estrechamente a lo largo de los rieles de las asociaciones habituales.
“El espectador no debe trabajar con su propia cabeza: toda conexión lógica que requiera esfuerzo intelectual es cuidadosamente evitada.”
En un sitio donde las fuentes de recreación son pocas y los sitios de diversión no ofrecen mucha variedad, la aparición de esta figura de expresión cultural local y su preferencia en otros lugares del país es motivo de orgullo, tal y como lo hizo el reggae en Jamaica y el vallenato en la Costa Atlántica.
Es hora de que nuestros dirigentes dejen de ver la cultura como el camino más corto hacia la prosperidad económica, tomando los recursos destinados para las expresiones culturales como una caja menor, sino que más bien deberían empezar a mirar con más respeto a los artistas, pagar los honorarios que ellos se merecen sin el temor de que los artistas se puedan enriquecer por encima de los advenedizos quienes de manera equivocada les vendieron la idea de ser los herederos de la riqueza disponible en nuestra región.
Estos jóvenes, al igual que los académicos, esnobistas, gomelos y delfines políticos, son embajadores que merecen relevancia y protección por hacer el trabajo de servir de promotores de una imagen positiva de nuestra región ante el país y el mundo.