Por: Daniel Newball H.
Observar lo que actualmente sucede en nuestro entorno nos sirve para encontrar revelaciones de los errores que alguna vez cometimos en el camino hacia el progreso, los errores que pensamos que eran aciertos pero que a la vez nos muestran que fueron ejecutados por la conveniencia de su proceder en su momento.
Sin embargo, y pese a las nefastas consecuencias, no debemos sentirnos culpables aquellos quienes optamos por buscar nuevos horizontes, actividades más científicas y tecnificadas como proyectos de vida y profesiones con mejores remuneraciones ya que existen otras fuerzas de la población cuyo deber era sembrar esa semilla pero que no se encargaron de hacerlo.
Hace poco me señalaban de esnobista al no haber recurrido a actividades más agropecuarias y terrenales en lugar de haberme dedicado al periodismo, lo afirmado me ayudó a reflexionar pero también a darme cuenta de que no todo lo que dejamos de hacer es la causa de que hayamos llegado a un estado de cosas donde las tradiciones ancestrales se han perdido y las raíces culturales han sido reemplazados por otros de mayor modernidad.
Los que han decidido criticar mi proceder como profesional son precisamente aquellos quienes tuvieron su oportunidad en otrora de hacer un cambio y ni siquiera se preocuparon de transmitírselo a sus propios hijos, los cuales, seguramente, están dedicados al ocio, la diversión, el sedentarismo y el consumismo mientras somos víctimas de una burla infame por parte de una pléyade de envidiosos.
Bien hacen nuestros dirigentes políticos de forjar en algunas de nuestras instituciones educativas programas de aprovechamiento de los espacios para el cultivo de productos agrícolas que bien podrían fomentar el abaratamiento de la canasta familiar.
Es de reconocer que en nuestro tiempo se nos enseñó que debíamos ser mejores que nuestros ancestros, que debíamos ser personas con formación más técnica en ramas de conocimiento como la electrónica, la medicina, las leyes y las letras ya que en su momento carecíamos de estos profesionales y las vacantes eran ocupadas por personas foráneas.
Muchos seguimos esa enseñanza, de hecho tomamos la decisión de viajar a lugares recónditos en el país y el planeta a conseguir la información para luego traerla a nuestra tierra para aportarla en aras de alcanzar el progreso y crecimiento de nuestro capital humano y un mejor bienestar para nuestros habitantes.
Estas personas carecieron de ejemplos a seguir, quizá lo encontraron en sus padres y abuelos pero los otros, quienes no tuvieron esos ejemplos por efecto o defecto, debieron conformarse con la información que les entregaban los maestros del colegio, personajes importados quienes llegaron con otra idiosincrasia y tradición y que le recalcaron desde el principio, sobre todo al isleño raizal, que conservar su modo de ser y actuar era un retroceso.
Debo recordar, y basados en conceptos precisos, que desde épocas remotas en el que el hombre comenzó a comunicarse a través del habla, la oralidad ha sido fuente de trasmisión de conocimientos, al ser el medio de comunicación más rápido, fácil y utilizado. Esta forma de transmisión suele distorsionar los hechos con el paso de los años, por lo que estos relatos sufren variaciones en las maneras de contarse, perdiendo a veces su sentido inicial.
La tradición oral fuente de gran información para el conocimiento de la historia y costumbres de gran valor frente a los que han defendido la historiografía como único método fiable de conocimiento de la historia y de la vida.
La cultura oral y la tradición oral son material cultural y las tradiciones se transmiten oralmente de una generación a otra. Los mensajes o los testimonios son transmitidos verbalmente a través del habla o la canción y pueden tomar la forma, por ejemplo, de cuentos populares, refranes, romances, canciones o cantos.
De esta manera, es posible que una sociedad pueda transmitir la historia oral, la literatura oral, la ley oral y otros conocimientos a través de generaciones sin un sistema de escritura.
¿Cuántos textos de historia existen acaso sobre la tradición de las islas de San Andrés y Providencia? ¿Quiénes tendrán la osadía de escribir libros sobre la historia de las Islas sin el temor de que las mentiras que algunos de nuestros próceres han sembrado en el imaginario colectivo se desvanezcan en el aire?
Esa es la pregunta. Sin embargo, el compromiso de las futuras generaciones es que nos pongamos la mano en el corazón y empecemos a escribir, aprovechando el frenesí que existe hoy día por la conservación de las tradiciones culturales ancestrales, para que queden consignadas todas aquellas tradiciones orales y escritas para que no se evaporen en el transcurrir de los tiempos.