Por Jaqueline Verdooren B.*
En estos tiempos en que los medios de comunicación se han masificado, en que las tecnologías informáticas de última generación pululan entre todas las clases sociales y llegan hasta los más recónditos lugares; estos tiempos en que se ha excedido el uso del computador, del teléfono móvil, del Internet, de los mensajes electrónicos, de la música “portátil”, parece ser que nos hemos aislado aún más como individuos de una sociedad o población y que dependemos vitalmente de estos “artefactos”
Paradójicamente interactuamos menos con nuestros semejantes, nos encerramos en esas pequeñas cajas rectangulares para satisfacer nuestros gustos y necesidades, ocultándonos, tal vez por miedo, del placer de ver, tocar, sentir, observar actitudes, gestos y demás aspectos generados por nuestro o nuestros interlocutores.
Es el momento histórico en que más nos falta “comunicación”
La tecnología nos brinda todo lo que no podemos encontrar en la sociedad: placer, seguridad, respeto, autoestima y sobre todo admiración; aspectos tales, muy fáciles de ganar tan sólo poseyendo el dispositivo de última tecnología del momento; que de otra parte, en el complejo mundo social acarrearían arduos años de trabajo, lucha, aciertos y desaciertos para lograr la figuración requerida.
La autoestima, el amor propio queda pendiente de un hilo: el dispositivo, el aparato. No me quiero, me quieren si tengo, si poseo el último, el nuevo; ha sido relegada a un nuevo plano: el extra personal. Toma una nueva definición, digamos que rota su sentido y que pasa a ser regulada por el otro, por su sentimiento hacia mí, no vale lo que yo piense de mí, vale lo que el otro piense de mí.
Cabe anotar que los individuos modernos manejan una baja autoestima y es necesario propender por su valoración de manera que se enriquezca continuamente y que el estado y la sociedad mismas fortalezcan políticas para lograrlo.
Así como cambia el sentir, el amor propio de los miembros de la sociedad también cambia su actuar, entonces cambian las auto reglas que ella misma se infringe para tratar de mantener el orden y evitar el caos y el desplome; permitiendo que cada individuo realice su trasegar sin contrariedades ni conflictos.
Estos son ahora diferentes y aún más sus soluciones, de manera que en las actuales circunstancias necesitamos de nuevas estrategias para manejar las dificultades, analizar las características de los problemas y volver a la calma a los actores del conflicto de manera tal que las partes y el o los intercesores queden satisfechos y más aún que se respeten los términos y acuerdos logrados.
Las aulas de paz y las competencias ciudadanas son apenas algunos espacios y entes generados para mantener el orden, y el funcionamiento de ese gran conglomerado llamado sociedad. Las primeras son espacios físicos en los cuales se debaten, no se discuten, ideas y pensamientos, no necesariamente encerrados en cuatro paredes: en un parque, en la calle, en el campo, en un paseo; se respeta la opinión del otro, se tolera la existencia del otro, se acepta que somos diferentes en todo y que por tanto pensamos, actuamos de manera diferente. Las segundas son entes creados por la misma sociedad como normas o reglas que fomentan la libertad, el respeto, la tolerancia, la amistad, la existencia sana, en fin un sin número de valores que se han ido modificando, cambiando de generación en generación.
No es que se hayan perdido los valores, no es que hayan cambiado drásticamente, tan sólo lo que para una generación era importante no lo es ya para la siguiente; las competencias ciudadanas, y las laborales y todas las demás siempre han estado presente en el normal desarrollo de la comunidad, faltaba escribirlas, enumerarlas y agruparlas de manera que se facilitara su manejo, que su distribución, propagación y apropiación fuese universal, fuese uniforme y que todos los miembros propendieran el alcance de las mismas metas aun cuando ellos estuviesen en regiones o lugares alejados y de difícil acceso. Regular las actuaciones de los “ciudadanos”, es pues, el fin de las competencias que llevan su nombre.
Van de la mano, competencias ciudadanas y aulas de paz, son inseparables, una no puede existir sin la otra ya que su mutua relación garantiza su aplicación, desarrollo y posterior evaluación para realizar ajustes y correcciones que fomenten siempre la sana convivencia.
*Comunicadora Social Periodista-Magíster en Educación