A menos de 20 días de cumplirse el primer año de la lectura del fatídico fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la mayor tragedia fronteriza en la historia de América y buena parte del mundo, se vive en San Andrés ambiente de zozobra con noches de soledad urbana, marcados y tristes silencios en la peatonal, lugar de encuentro de los residentes y paseo obligado de los turistas.
Solo uno que otro visitante recorre ese espacio isleño que, en épocas de tranquilidad emocional, invita a la integración, a la alegría y al delicioso bullicio de residentes y turistas. Ese cambio tiene su origen en la violencia desatada contra personajes que en su gran mayoría, no todos, están vinculados con las mafias del narcotráfico. El punto común es el sicariato, el homicidio selectivo, sin importar la hora, noche, madrugada, medio día. Ya la muerte no se esconde en las tinieblas, prácticamente da la cara, como desafiando la acción de las autoridades que ‘no pueden dedicar un agente de seguridad por persona’, pero que si puede implementar estrategias para evitar los ataques sorpresivos personas y luego a través de lo que se conoce como ‘Plan Candado’, evitar que los responsables se vayan de la isla en el primer vuelo o salgan por el mar con rumbos desconocidos.
Hay que decirlo sin ambages, para San Andrés y Providencia no se han definido planes concretos, no esporádicos ni coyunturales, cada vez que hay una racha de muerte e inseguridad, no, programas y decisiones con operativos constantes y tangibles porque todo el mundo sabe que estas islas desde hace muchos años se han convertido en corredores del narcotráfico y ese ‘cáncer millonario’ trae consigo todo tipo de violencia y con ella la muerte.
A pesar de ese conocimiento popular, las autoridades no intervienen de manera contundente, la acción policial es tibia, solo de reacción improvisada y extemporánea mucho después de ser violadas las normas o haberse sentido la tristeza que deja la sangre de una persona, trátese o no de un delincuente. No hay estrategias, no existen planes y programas preventivos ni de control. Se sabe que hay sectores de las islas en los que no se atreve a entrar ni la Policía, en donde se esconden los jefes isleños de las organizaciones delincuenciales que parecen tener todas las garantías para no ser ‘molestados’ y sin sobresaltos manejan el micro tráfico y la exportación de los productos ilícitos.
La ciudadanía empezó a cansarse del discurso de ‘las exhaustivas’ investigaciones’ y quiere ver en la práctica los operativos con ‘verdaderos positivos’ que demuestren la verdadera capacidad institucional, en especial la policial en el control y la respuesta oportuna con capturas de responsables, es decir, repetimos, con verdaderos positivos.
A pesar de esta violenta anormalidad, no se puede olvidar, ni por un momento la tragedia que constituye la posibilidad de perder 75 mil kilómetros cuadrados de mar. No es que se deban sumar la pérdida del mar y la violencia como dos factores matemáticos porque cada problema tiene su propio espacio, pero no se puede olvidar ninguno de los dos, porque a la pérdida de la memoria es a lo que acuden quienes desean que las cosas queden así y pretenden que poco a poco, no duela más la derrota diplomática del gobierno nacional que entregó con su ineptitud una gran porción de territorio nacional y, de otra parte, que a nadie le duelan los muertos, ni los heridos que deja la delincuencia.